¿Qué haremos con Jesús, llamado el Cristo?

“Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!” (Mateo 27:22-24).

Jamás una pregunta más importante ha sido formulada por labios humanos. Pilato era un hombre inteligente, escéptico, conocedor de muchas religiones, que había llegado a dudar de todas y de todo. Por esto, cuando aquel extraño acusado llamado Jesús le fue presentado y oye de sus labios palabras jamás oídas antes de boca de ningún reo, “Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad; todo aquel que es de la verdad, oye mi voz”, responde burlonamente: “¿Qué cosa es verdad?”.

Para él no hay otra verdad que la de las conveniencias humanas; subir en la estimación del César; tener más y más poder y más dinero, esto es lo que vale. ¿No hay muchos así hoy día? Pero en este caso se encuentra en una posición embarazosa; la más delicada de su vida.

Con su perspicaz vista de juez y de político comprende que aquel acusado es JUSTO. Su esposa se lo ha advertido (Mateo 27:19).

De momento, quizá se dice: ‘Supersticiones de mujeres…’, Pero queda un ¿Quién sabe? Por esto trata de librarle, primero apelando a la compasión popular; después a la costumbre establecida de soltar un preso para la Pascua.


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Ambas estratagemas le salen mal y se queda con Jesús delante; aquel Jesús con quien su esposa y su conciencia le han advertido no tener que ver nada…. La sombra de aquel preso le persigue; ha intentado echarlo sobre Herodes, y allí está otra vez…

Entonces se da la paradoja de que el juez pregunta a los acusadores: ¿Qué, pues, haré? ¿Dónde está, Pilato, la justicia y la conciencia? ¿Dónde queda tu honor de juez? ¿Para qué has estudiado jurisprudencia? Para descender a preguntar a un populacho: ¿Qué haré? El temeroso Pilato se halla entre dos aguas, teniendo por un lado el acicate de la conciencia y por el otro los fariseos con sus amenazas… Y aquel justo le estorba…. ¡Ojala pudiera quitárselo de delante sin poner sus manos sobre El! ¡Ojala que nunca se lo hubiesen puesto delante…!

¡Así se dice Pilato, inquieto y perturbado! Pero no, allí está, y no puede evadir la responsabilidad de juzgarle. Por esto maldice Pilato aquel nefasto día, maldice a los fariseos, al pueblo y a su mala suerte, porque allí está Jesús, no desaparece de su vista. Allí está con toda su majestad, su bondad, su ternura, su justicia… Y Pilato tiene que hacer algo: o condenarle o soltarle. Y, ¡desgraciado!, opta por el camino de la conveniencia, ahogando la voz de la conciencia y de la justicia.

Nuestro propio dilema. La pregunta de Pilato se repite como un eco a través de los siglos…. Se presenta a cada generación y a cada ser humano: ¿Qué haré de Jesús?
Cuando tú y yo llegamos a la vida nos encontramos con un mundo más o menos bueno o malo, con instintos propios, buenos y malos a la vez, y con un medio ambiente en el cual hemos encontrado a Jesús. El hecho histórico de Jesús, la doctrina de Jesús, que ya estaba en el mundo al nacer nosotros, se nos ha aparecido más o menos confusa o claramente…; más claramente desde aquel día cuando empezamos a escuchar la predicación del Evangelio.

¿Negaré su existencia? ¿Diré que es un mito? Este es el camino que tomó Emilio Bossi y como él, algunos otros pocos filósofos y escritores; pero esta actitud es absurda. Si existió, el negarlo no cambiará los hechos. Y que existió es evidentísimo. Su lugar en la historia está bien definido (véase Lucas 3:1-2). Estos son personajes históricos. Asimismo lo son Tácito y Suetonio, que en sus narraciones históricas, ajenas a todo interés religioso, mencionan la existencia de Jesús y el martirio de los cristianos. Nadie hubiera dado la vida por un Cristo inexistente…. Cuadrato nos habla de los enfermos que
Jesús curó como vivientes en sus días…. Ireneo y Papias nos refieren sus relaciones con el apóstol San Juan.

¿Existió pero era un mero hombre? Un racionalista francés, inventor de la llamada ‘Religión Natural’, se quejaba al conocido ministro Talleyrand del poco éxito que había tenido su religión, a pesar de haber escogido para la misma la mejor ética contenida en el cristianismo y en otras religiones, y le pidió consejo sobre el mejor modo de acreditarla. Es muy sencillo, -replicó Talleyrand- Haga usted unos cuantos milagros aquí en París y en otras ciudades de Francia; después, déjese crucificar, resucite al cabo de tres días, y verá usted cómo muchas personas creerán en su religión.

Amado peregrino, si el Hijo de Dios, el Creador, dejó su gloria, padeció y murió por ti, no puedes dejar de hacer caso de semejante hecho. Es la más terrible ofensa que puedes inferirle. Es ingratitud, desdén, desprecio, del amor más grande inmerecido y sublime que ha visto el Universo. No hacer caso es declararte su enemigo…

 

 

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