‘Se hace tarde…deja entrar al Señor’

Se hace tarde…deja entrar al Señor’

“Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús… Llegaron a la aldea adonde iban, y él (Jesús) hizo como que iba más lejos” (Lucas 24:13,28)

Cristo pasa, ofrece, pero no obliga a nadie. Como en el caso de los discípulos de Emaús, al lado del  descubrimiento de la fe, están los quehaceres prácticos de la vida, las ocupaciones. Puedes ‘entrar en la casa’, regresar a vuestros hogares y olvidar las verdades del Evangelio. Puedes decir: “Es interesante y bonito, pero no quiero aceptar a Cristo todavía ni voy a fanatizarme en estas cosas. Comprendo que si era el Hijo de Dios, y murió por mí, debería unirme a El; pero no voy a preocuparme ahora de esto”.

Otros dicen: “Si hay algo de verdad en la fe, ya lo veremos allá arriba, ahora tengo trabajo”. ¿Es así como tratas a Cristo? ¡Cuántos han pasado por esta tierra y han tratado a Cristo de ese modo!, y le han dejado pasar sin invitarle. Un día su corazón ardía, como el de los discípulos de Emaús por el camino, pero lo han despedido. ¿Será esta vuestra experiencia? El Señor es todo un caballero, es cortes y no entra a ningún hogar, ni corazón sino le invitan.

Se cuenta la historia del doctor Adolfo Lorenz, de Viena, fue en la mitad del siglo pasado uno de los más famosos cirujanos del mundo. De todas partes venían a él llamamientos por carta y por teléfono pidiendo su intervención para salvar vidas. Incapaz de acudir personalmente a todas partes, el doctor Lorenz procuró instruir a otros médicos en el arte de la cirugía, y finalmente fue a América para dar lecciones acerca de la extirpación del apéndice y la hernia.


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Un día, tratando de encontrar un poco de distracción en su pesada labor, salió para tomar el fresco al anochecer. En tanto, se acumularon negros nubarrones y empezó a llover. El doctor Lorenz llamó a la puerta de una casa de hermoso aspecto pidiendo cobijo, pero una mujer nerviosa abrió y dijo apresuradamente: “Estamos atribulados en esta casa hoy. Busque cobijo en algún otro lugar y cerró la puerta”. El doctor Lorenz salió a la calle y la tempestad le caló hasta los huesos, antes de que la persona que salió del hotel en su busca con un carruaje lograra encontrarle.

Aquella misma noche la señora que le había rechazado abrió el periódico y vio en la primera página una fotografía del famoso doctor. Al reconocerle exclamó: ¡Dios mío, qué he hecho! He negado la entrada a mi casa a la única persona que podía salvar la vida de nuestra hija ¡Quizá si le cuento el caso, aún tendrá compasión de nosotros! Corrió hacia el hotel y le dijeron que el famoso doctor estaba dando una conferencia a los médicos y no podía ser interrumpido. La señora esperó ansiosamente, pero en vano. Al terminar la conferencia el doctor salió por otra puerta para ir a tomar el tren que le conduciría a una ciudad muy distante.

“Hay un solo nombre dado a los hombres en quien podamos ser salvos”. “¿Cómo escaparemos nosotros si tuviéramos en poco una salvación tan grande?” (Hebreos 12:2). Quédate con nosotros porque se hace tarde dijeron los de Emaús. ¿No declina así el día de tu vida? Sobre todo, si tienes más de 50 años ¿No tienes miedo de llegar sin Cristo a la noche de la muerte? Pero aun cuando estuvieras tan solo en la mañana de la vida, puede tu existencia cubrirse de nubarrones, hacerse tarde… ¡demasiado tarde!

Para el Cristo glorificado de Emaús, no se hacía tarde; lo mismo le era la noche que el día, pero para ellos sí. Para ti también se hace de noche, podría hacerse tarde definitivamente… Si los discípulos de Emaús hubiesen cerrado la puerta y dejado marchar a Cristo, no habrían estado en Jerusalén cuando se apareció de nuevo en el aposento alto aquella noche; quizá no le habrían visto de nuevo hasta el día que le verían en la otra vida,  asombrados, y El les diría: ¿Por qué no me reconocisteis? ¡Insensatos y tardos de corazón! Ciegos e incrédulos para creer lo que los profetas han dicho; lo que la Palabra ya revelaba y vosotros os negasteis a aceptar. ¿Querrás que el Señor tenga que decirte esto un día?


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¡Quédate con nosotros! Le dijeron. ¡Quédate conmigo! debemos decirle. Toma posesión de mi casa, de mi ser, de mi vida; tengo miedo de mí mismo, de mi propio corazón, si no me decido hoy. Si no te confieso, tengo miedo de que olvide pronto lo que ahora siento; que el corazón se enfríe; tengo miedo de que tú te alejes y te pierda para siempre.

¡Ojala que así lo hagan muchos! Es quizá recordando esta escena de Emaús que Cristo dijo las palabras de Apocalipsis 3:20. Quiera Dios que muchos hallen a Cristo hoy mismo; le inviten, le den el primer lugar en sus vidas, y empiecen a testificar de El desde hoy. Dios aún está esperando que le invites…

 

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