Coleccionista de Esperanzas

No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1Tesalonicenses 4:13).

El ser humano vive de esperanzas. El escritor Albert Camus escribió: “Quien no tiene esperanza y es consciente de ello, ya no tiene porvenir”. ¡Cuán cierto es! Pero la cuestión es en quién esperamos y si nuestra esperanza cumple con lo que promete.

En su libro ‘Pabellón de cancerosos’, Alejandro Soljenitsin describe el destino de un hombre que repentinamente fue internado en una clínica cancerológica. Tenía aún muchos proyectos, siempre había estado sano y deseoso de vivir. Entonces se le vino el mundo abajo, porque sus días estaban contados, sus sueños se esfumaron. Pero finalmente se puso a pensar en el Creador, en el sentido de la vida y se preguntó: ¿De qué viven los hombres? También formuló estas preguntas a sus compañeros de infortunio. Uno de ellos le dijo: -Del dinero. Otro le explicó: -De los alimentos, del agua, del aire… Pero ¿Es verdaderamente suficiente?

Tiene razón quien expresó cierta vez: ‘Lo que el oxigeno es para los pulmones, la esperanza lo es para la existencia humana’. Si quitas el oxigeno, ocurre la muerte por asfixia. Quítese la esperanza y los seres humanos experimentarán una ‘disnea’ que se llama desesperación. ¿Se puede decir más claramente? Necesitamos esperanza para nuestra vida, una esperanza que continúa aun cuando se acerca la muerte.

Y esta esperanza existe. Jesucristo mismo quiere ser nuestra esperanza. Haga la prueba con él. Nunca lo decepcionará. Gozosos, los creyentes pueden decir: Aguardamos “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

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Hay que convertirnos entonces en coleccioncitas de esperanzas. El dulce cantor de Israel en su época dijo refiriéndose al Señor: “Tú eres mis esperanza de vida”. ¿Cuál es tu esperanza? ¿En quién esperas? No importa lo que estés esperando ni cuantas cosas anheles, solo sueña, ilusiónate de la mano del Señor, espera en él y él te recompensará. Colecciona la mayor cantidad de esperanzas, preséntalas al autor de la vida y te resultarán realidad.

La Biblia nos describe un caso de una mujer que a pesar de sus tribulaciones, coleccionó sus esperanzas durante doce años, hasta el día en que sus sueños se hicieron realidad. La mujer sufría de una enfermedad penosa, flujo de sangre. Fue rechazada por todos. Su familia le había dado la espalda. Sus amigos y conocidos ya no la recibían, le cerraban la puerta. Sola, triste y desconsolada, caminaba en las afueras de la ciudad.

Esta noble dama había sufrido mucho. Había gastado todo lo que tenía tratando de encontrar la sanidad, pero “nada había aprovechado, antes le iba peor” (Marcos 5:26). Pero se había convertido en una coleccionista de esperanzas. Nunca bajó la guardia. Siempre soñó con el momento de ser sana. Cada año que pasaba y cada negativa que tenía en contra suya, la convertía en esperanza. Decía cada mañana al levantarse: ‘Ya vendrán tiempos mejores’. Al acostarse: ‘Un mejor amanecer vendrá’.

Cada jornada seguía coleccionando sus esperanzas. La fe oxigenaba sus ilusiones cuando sentía que se hundía en la desdicha, y la sacaba de nuevo a flote. Hasta que aquel día tan anhelado llegó. “Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto” (Marcos 5:27). Por padecer esta enfermedad, la mujer era considerada inmunda y no podía entrar a la ciudad, ni mucho menos tocar a alguien. La Ley le decía: ‘Si lo tocas te mueres’. Pero la Gracia de Dios, y sus esperanzas le decían: ‘Si lo tocas serás sana y salva’.

Sus sueños se hicieron realidad. No le importó nada. Ese día sacó fuerzas de donde no las tenía y se dirigió al Divino Maestro. “Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.  Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en su cuerpo que estaba sana de su azote” (Marcos 5:28,29).

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Dios es fiel y honra a los que le honran. Amado peregrino, si tú pones tu confianza en el Señor y esperas en él, tarde que temprano vendrá la ayuda del cielo. Aunque no veas nada, aunque te den la espalda y te sientas solo, levanta tu mirada al cielo y espera en el autor y consumador de la fe, que él te ayudará en el día esperado.

 

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